Historia de un parte


Apenas el miércoles de la semana pasada me presentaron a Crudo Means Raw, un rapero paisa que hace una música que eh ave maría, qué estilito, qué chimbita. Era ya viernes y me faltaba dar una clase en la noche para terminar el día. Iba en el carro escuchando ‘María’ y bailando como si supiera bailar. Ya llegando a San Juan por la 73,  le di tres de volumen a mi parte favorita, ‘Hey má, qué hay pa’ hacer, y qué moral si te dejas ver’ y seguí en mi ruta hacia el estadio.

Estaba tratando de darme ánimos. La verdad es que no sé por qué me dio por leer, en plena tarde de viernes, la poesía de Darío Jaramillo Agudelo, Pedro Salinas y otros poetas anónimos y que me dejaron sintiendo los efectos de una gélida melancolía en el pecho. Pero ya había escuchado mucho las canciones de Crudo durante todo el día, así que aprovechando que se había puesto en rojo el semáforo de la canalización antes de llegar al Obelisco, quise cambiar desde mi celular la lista de reproducción de Spotify. Estuve a punto de elegir la lista de reggaetón, pero luego de unos milisegundos de introspección supe que no era esa: con el paso de los años uno va aprendiendo a distinguir cuándo el alma necesita vallenatos, y de los viejos, así que elegí esa, en aleatorio.

Justo cuando levanté la cabeza para ver si el semáforo ya se había puesto en verde, vi que un agente de tránsito había acabado de pasar a mi lado, sin notar que estaba utilizando el celular. Respiré aliviado, porque seguramente me había librado por poco de un parte, así que en un acto de insolencia con el azar, volví a coger el celular para ver si tenía alguna notificación, y fue justo ahí cuando me tocaron el vidrio del copiloto: era otro agente de tránsito que venía en una moto, detrás de su compañero. Me hizo el gesto de que me orillara en la siguiente bahía después del semáforo. La gélida melancolía se me confundió entonces con el susto y unas ganas enormes de tomar aguardiente, todo ahí, en el mismo instante.

El semáforo se puso en verde, así que aceleré levemente, orillé el carro en la bahía indicada y antes de bajar el vidrio de mi ventana, le subí a la música. El acordeón del Binomio sonó fuerte y la voz de Jean Carlos Centeno inundó todo el carro: ‘Estamos frente a frente los dos… y te confieso…que has hecho con mi vida lo que tú…haaas queridooo, te di todo lo que pude de mí, y aún no me quieres’. El guarda ya había bajado hábilmente de su moto parqueada y venía ahora caminando hacia mi carro. ‘Y ahora vengo a despedirme porque ya, todo ha sido imposible’. Se quedó enfrente de la ventana, mientras yo le pedía con la mano extendida que no me interrumpiera la parte que seguía: ‘…pero déjame besarte una vez más, poorque te adoro’.

-Uy, señor agente, si usted supiera el despecho en el que estoy en este momento… Mire, cogí el celular fue pa’ poner estos vallenaticos -le dije mientras le mostraba la pantalla—. Yo sé que no debo usar el celular, pero ay, señor agente, ¿usted ha estado despechado alguna vez?

De fondo, ya entraba Jorge Celedón, ‘Amor…no entendiste mi vida, ya lo sé, mi amor no te interesa y es mejor, que por fin reconozca lo que soy, y me aleje de ti’. El señor agente se quedó sin decir una palabra y luego se le cayó la mirada al piso. Fue ahí cuando supe que me había salvado, que no me pondría ningún comparendo y que también él, como yo, estaba despechado y melancólico.

-¿Fue hace poco? - le pregunté.

-Nada más que ayer.

-Uy, señor agente, lo siento mucho…  ¿Y también le gusta el vallenato?

-¿Tiene ‘Quiero saber de ti’ de Los inquietos?

-Ave maría…

Se la puse y se llevó la mano derecha al corazón, como si se estuviera dando una puñalada.

-Es que esa es meeera canción, señor agente. ¿Y puedo saber qué le pasó?

-Claro, pero primero me presta sus documentos y los papeles del carro…

Lo miré un poco desconcertado.

-Sí, sí…ya mismo…

-Nunca es tarde para empezar, te sigo queriendooo, y quiero saber si tu amor, no murió, si en verdad lo llevas adentrooo- cantó, muy entonado.

-Ah pero es que te la sabés y todo - le dije, mientras le entregaba la cédula y los papeles.

-Y si usted supiera esta como me sale… Señor -miró mi cédula- …López. ¿Usted ha estado tomando, de casualidad? - su cara había tomado una seriedad repentina.

-No, pues cómo se le ocurre, señor agente, voy a seguir trabajando. ¿Y usted? - le dije riendo, como para mantener el nivel de complicidad en que nos había puesto el desamor, pero como que no le hizo gracia.

Sacó una libretica, un lapicero y me dijo, mientras me miraba con sus ojos de hombre despechado pero correcto:

-Bueno, este comparendo se lo voy a poner siguiendo lo establecido en el artículo 131 del Código de tránsito sobre el uso de sistemas móviles de comunicación o…

-Pero, señor agente, venga… ¿Cómo así?

-Sí, señor López.

-¿En serio toda esta historia para que al final me termine partiendo?

-Pues… sí, señor López… - y siguió cantando mientras escribía en su libreta- Miiira, no siento miedo, quiero tu cuerpo, no tengo nada, miiira, quiero tus besos y tus miradas…

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