Un paciente psiquiátrico en el bosque


Hace unos días, caminando en la reserva de San Sebastián de la Castellana, me encontré un ecopsicótico. Traté de contener mi emoción y tomarme un tiempo más para el diagnóstico, pero bastaron dos o tres pasos más mientras bajaba por uno de los senderos de tierra rojiza, para identificarlo ya completamente. Así como los biólogos se entusiasman cuando encuentran una nueva especie que nunca habían visto, fenómeno que en el mundo de la pajarología se le da el nombre de "lifer", también yo, como psicólogo, me alegro cuando puedo recolectar una rareza humana inédita en mis registros.

Cuando lo vi, recordé esa curiosa conversación que escuché alguna vez, sin quererlo demasiado, entre un par de colegas psicólogos que hablaban con entusiasmo en una cafetería universitaria, porque por fin al consultorio de uno de ellos había llegado un esquizofreniforme y tenía la ilusión de que en poco tiempo derivara en una esquizofrenia ya formalizada completamente:

-Hay que darle unos meses -decía-. ¿A ti qué es lo más raro que te ha llegado?
-Humm, tal vez una paranoica erotomaníaca.
-¿En serio?
-Sí.
-Yo me sueño con un trastorno de personalidad no especificado, todo un reto para el diagnóstico diferencial. ¿Y ya tienes una dementia praecox?
-¿Y por qué le dices así, si así ya no se le nombra?
-Ah…no sé, costumbre.
-No, ese me falta.
-¿Qué es eso de allí, encima de la rama derecha de este pino?
-Parece Pipreola Rieffieri.
-Ah sí, sí, es Pipreola.
-Y allí, abajo: Dendroica fusca.
-¿Y por qué le dices así, si así ya no se llama? Ahora es Setophaga fusca.
-Ah…no sé, costumbre.
-Y allá, abajo, también: Atlapetes latinuchus y Myioborus ornatus. ¡Conchalevale! Hay una coñera de bichos allá abajo -dijo Iván, hablando en venezolano.

Las conversaciones entre mis amigos pajareros y los psicólogos se me cruzaron en la cabeza. Miré hacia donde indicaban y vi apenas una sombra oscura mover delicadamente las ramas. La aparición de la Pipreola significaba un lifer para mí. No sabía ya a cual lifer prestarle atención, si al ecopsicótico, que seguía bajando la montaña en dirección a nosotros, o al pajarito verde e inquieto que no se dejaba enfocar por mi cámara. Tomé una foto cualquiera al pájaro y sin dudarlo demasiado, enfoqué luego hacia la montaña, asegurándome de que el objetivo no estuviera en dirección demasiado evidente hacia el ecopsicótico, sino más bien hacia la montaña. Y disparé. Dos lifer en menos de un minuto. No lo podía creer.

Mis amigos bajaron por un camino estrecho, persiguiendo a la bandada mixta que había llegado y yo me quedé medio hipnotizado viendo cómo el ecopsicótico seguía aproximándose a mí con paso animado. Mentalmente iba contando de nuevo los criterios diagnósticos del DSM V, e iba marcando disimuladamente con mis dedos cuántos iba cumpliendo. Sin recordarlos todos, ya iba cumpliendo cinco: ‘Suficientes, no hay duda’, pensé. Seguía acercándose y entonces podía detallarlo mucho más: barba abundante y desordenada, chanclas raídas, pantalones anchos de rayas verticales de colores, una camisa con alpacas tejidas con hilos fosforescentes, morral desgastado por el sol y la lluvia y, amarrado a la parte de arriba de su morral, un mat, un tapete para hacer yoga (¡son tan vulnerables ante los discursos de Oriente!).

Pero al parecer, también él pudo detallarme, porque de un momento a otro empezó a mirarme con extrañeza, como si me conociera. Instintivamente me volteé a ver si veía a alguien más detrás de mí, pero no había nadie. Nos distanciaban ya unos pocos metros y entonces yo di dos pasos hacia atrás y apunté mi cámara hacia un árbol cualquiera, para dejarle claro que no quería hacer parte de su delirio, pero cuando llegó hasta mí empezó a rodearme, a mirarme compasivamente de arriba abajo, a olerme los hombros y el pelo y fue entonces cuando dijo con su voz de ecopsictótico:

-¡Pachamama!…Pero si es… un… psicólogo,  ¿Todo bien, mi hermano? ¿Qué haces por aquí, brother, tan perdido en este templo boscoso?

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