Algoritmo y singularidad: la angustia en tiempos del smartphone.




Por: Juan David López F. 

Presentado en la Jornada Local sobre “La angustia” en el Foro lacaniano, sede Medellín. 

2023. 

 

Pareciera que la presencia cotidiana del smartphone será inminente de ahora en adelante en la sociedad humana. En tanto objeto novedoso, no ha dejado de ser fuente de distintos estudios y reflexiones desde diversas orillas del saber, tales como la filosofía, la psicología y la sociología. También algunos psicoanalistas se han ocupado del tema, sobre todo teniendo en cuenta las incidencias que trae en las vidas de las personas que atienden desde su dispositivo clínico. Y es que sus efectos no son menores: detrás de la pantalla del smartphone ocurren un sinnúmero de situaciones que se han integrado en la vida de sus usuarios y que marcan trascendentalmente su existencia: las relaciones amorosas, los procesos de duelo, el establecimiento de nuevos lazos o la ruptura de estos, la construcción o disolución de proyectos personales, su estabilidad económica, entre quizás muchos otros factores, se han reconfigurado a la luz de lo que el celular inteligente permite. 

 

De ahí que me haya interesado investigar sobre este tema, pensándolo a la luz de esta jornada sobre la angustia. ¿Hay alguna relación entre el afecto de la angustia y el uso del smartphone en la contemporaneidad? Esa fue la pregunta que me hice, pues, aunque no apareciera explícitamente nombrado en los dichos de algunos pacientes, sí era evidente que se trata de un objeto que se ha enraizado en su vida, con efectos distintos, por supuesto, para cada uno, pero no por ello dejan de marcarse con insistencia ciertos fenómenos comunes a esas vivencias singulares. 

 

Pero antes de llegar a ese punto me parece importante dar un par de rodeos que nos permitan situarnos con más elementos ante la pregunta propuesta. Hernán Casciari, escritor argentino, suele compartir la lectura de sus relatos en Youtube. Uno de ellos, muy recomendado, se llama “El móvil de Hansel y Gretel”. Lo publicó hace 8 años. Para ese entonces, su hija tenía 13, y cuando Hernán le contó el cuento de Hansel y Gretel, y habían llegado al momento en el que los niños se pierden en el bosque, ella, muy sorprendida, le dice “que lo llamen al papá por el celular”. El sorprendido terminó siendo Hernán, cuando constató, por primera vez, que para su hija era impensable un mundo en el que no hubiera celular. Es el choque de una generación que vio la consolidación progresiva del celular en la cotidianidad con otra que da por sentado su presencia y no puede concebirla sin este. El análisis que viene después es genial, y llega a una conclusión: si insertáramos un celular en la trama de los principales cuentos u obras literarias, se desarticularían por completo. Las tramas, tanto escritas, como vividas e imaginadas, dice él, “están perdiendo el brillo” pues estas requieren del espacio, la distancia, la ausencia, para que puedan desenvolverse. Eso es lo que mueve a la acción, al drama, a la angustia, y por qué no, a la potencia vital. Dicho en otras palabras, para Casciari, cuando se inserta el móvil, el móvil de la trama se pierde. El móvil, concluye, y disculparán el spoiler si no lo han visto, nos convierte en “héroes perezosos”.

 

A similares reflexiones llega, desde otro punto, Byung Chul Han, el filósofo surcoreano, cuya incidencia y acogida en el análisis de las coordenadas de la época es superlativa. En su libro No-cosas propone incluso un neologismo, Phonosapiens, con el que pretende marcar que el celular no es un objeto cualquiera en la historia de la humanidad, pues ha pasado de ser Homo faber, es decir, quien fabrica algo con sus manos e incide en la realidad efectiva, a Homo ludens, dedicado fundamentalmente al juego. Esto además se enlaza con un cambio en la relación con el producto, pues las experiencias sustituyen ahora a las cosas, son más anheladas; la identidad se constituye ya no tanto por los objetos que se adquieren, sino por lo que se vive. En palabras del autor: “el ser humano desinteresado de las cosas, de las posesiones, no se somete a la “moral de las cosas”, basada en el trabajo y la propiedad. Quiere jugar más que trabajar, experimentar y disfrutar más que poseer”. P. 13

 

Es en este escenario en el que, para Byung Chul Han, y en esto pareciera tener en cuenta los desarrollos psicoanalíticos planteados por Lacan sobre el gadget, en el que el smartphone se convierte en el objeto por excelencia del capitalismo, particularmente por su intención de ser un All-in-one: cámara fotográfica, mensajero, álbum, reproductor de música, planificador, consultorio, cuaderno, libro, casamentero, biblioteca, centro comercial, aula de clase, grabadora, centro privilegiado para el chisme, hogar de memes,  espejo, banco, empresa, casino, consola, consolador, y un muy largo etcétera. Varias de las afirmaciones de Han van dirigidas a señalar los estragos que ha traído este aparato al lazo social y a la vinculación del humano con su contexto: “Al tocar su pantalla, someto el mundo a mis necesidades. El mundo parece estar digitalmente a mi entera disposición (…) La pantalla táctil compensa la negatividad de lo otro, de lo no disponible. Generaliza la compulsión háptica de tenerlo todo a nuestra disposición. Con el smarthpone nos retiramos a una burbuja que nos blinda frente al otro (…) Ya por faltar la corpoderidad, la comunicación digital debilita la comunidad”.  En otras palabras, otra forma de llegar a la tesis fundamental de la obra de Han y es la teoría de la erosión del otro, del infierno de lo igual, de la agonía del eros y de la explotación de sí mismo como el fundamento del modelo económico neoliberal. 

 

Es en este escenario en el que aparecen los famosos algoritmos como el fundamento técnico en el que se basa la programación de las distintas aplicaciones que se utilizan más en la actualidad. En términos generales, un algoritmo es una instrucción para llevar a cabo un proceso, del que se espera un resultado específico. El resultado esperado de los algoritmos que se utilizan ahora, particularmente en las redes sociales, está dirigido a dos objetivos: que el usuario compre los servicios o bienes que se ofrecen en la plataforma, pero, sobre todo, que utilice constantemente las aplicaciones. A esta tendencia se le ha llamado la Economía de la atención y sutiles configuraciones han llevado a que se consolide rápidamente. No olvidemos que, en el 2008, año en el que se difundió el uso de Facebook, era posible detener el scrolling en algún momento. Luego de bajar y bajar entre publicaciones, se llegaba a un mensaje de “Estás al día”. Ahora, en cambio, la configuración de las redes sociales apunta a ofrecer la sensación de estar tocando una versión compleja de lo infinito: siempre hay algo para ver. 

 

Estas y otras características han sido analizadas a profundidad en dos documentales llamados “Nada es privado” y “El dilema de las redes sociales” y se encuentran en Netflix, otra plataforma que trabaja con algoritmos, paradójicamente. Lo que allí se destaca es que claramente el contenido que convoca la atención de un usuario no será el mismo que convoque a otro y en eso el sistema de algoritmos logró una verdadera revolución cuyo fundamento es lo que se ha denominado como “aprendizaje automático”, es decir, los algoritmos están diseñados para aprender a reconocer patrones de consumo de contenido basados en la cantidad de tiempo de uso del celular y las funciones que cada usuario le adjudica. 

 

Podríamos plantear entonces que internet ha tenido 4 momentos o giros en su historia, y que estos giros han sido profundamente sensibles a las lógicas del mercado. Pensemos por ejemplo en el escenario, ya casi obsoleto, de las páginas web. Se abría un navegador y uno digitaba la dirección URL a la que quería visitar, por lo que allí se ofrecía. Luego, tendríamos el segundo momento, caracterizado por la publicidad que se insertaba en las franjas laterales o como mensajes tipo pop-up, que mostraban enlaces o páginas alternativas que también se podrían visitar. El tercer momento estaría marcado por la emergencia de las aplicaciones, un nuevo modelo que deriva en una multiplicación de usos del celular y que va a empezar a especializar el contenido emergente, basado en las interacciones previas del usuario; y por último llegamos al cuarto momento, en el que el usuario no se siente implicado en el contenido que ve, aunque lo fascina. Una forma de representar estos momentos podría ser esta: antes queríamos llegar a un lugar, con una dirección precisa, y llegábamos; luego, en el segundo momento, queremos llegar a una dirección precisa, pero se nos propone e invita ir a otra; después, se nos dice que vayamos solamente a donde ya hemos ido, y ahora en el cuarto momento, se nos lleva a un lugar al queremos ir sin que ni siquiera nosotros hayamos reconocido que lo queríamos. 

 

Ahora, la pregunta es: ¿puede el psicoanálisis decir algo sobre todo esto, teniendo en cuenta la recurrencia con la que los analizantes refieren la incidencia que tiene en sus vidas lo que ocurre en los múltiples escenarios vinculados con el celular? 

 

Los algoritmos detectan el contenido que más le gusta a cada usuario, logrando una hiperespecialización y selección del contenido venidero, de tal forma que se acople con tal gusto: si a uno le gustan las belugas, su feed estará lleno de belugas, si a uno le gusta hacer trekking verá más y más personas subiendo cerros, si a uno le gustan los tsunamis, se repetirá uno y otro y otro video de olas generando estragos desde todos los ángulos. En algunos casos, los efectos de esta recurrencia de contenido similar, con graves incidencias en la política, como lo demostró el escándalo de Cambridge Analytica, puede llevar a la consolidación de las denominadas “burbujas de realidad” o “rabbit holes” (madrigueras), en donde el usuario no tiene contacto con la alteridad del otro que piensa diferente o vive una realidad distinta. Aunque, claro, también se da lugar para la novedad, que no necesariamente trae estragos para los usuarios, sino, incluso, efectos positivos para su vida: conocer personas con las que tiene afinidades y pasar de la interacción virtual a la presencial, aprender a hacer algo nuevo y luego llevarlo a cabo para compartir con otros, encontrarse con algún contenido que le haga reflexionar sobre sí mismo... aquí también los efectos son múltiples e insertan matices a las reflexiones que destacan los efectos negativos de la interacción con este contenido. 

 

Ahora, desde el psicoanálisis, orientado hacia el desciframiento del goce, es posible darle lugar a un fenómeno enigmático: el algoritmo también es capaz de detectar el contenido que al usuario no le gusta y, sin embargo, ve. Este contenido, con el que el usuario queda aterrado, indignado, que le genera rabia, o miedo, o una satisfacción no reconocida, es lo que podría permitir plantear que el algoritmo algo logra saber (y parece que no es poco) de lo que goza cada usuario desde su radical singularidad. 

 

Los dichos de algunos pacientes ilustran este punto. Un hombre, por ejemplo, refería no entender por qué “a cada rato me salen videos de lesiones en gimnasios, accidentes donde alguien pierde una parte de su cuerpo o se mueren”; lo enigmático, decía, era que le saliera ese contenido después de haber tenido una lesión grave que implicó para él un antes y un después en su vida. Otro, que se queja de perder mucho tiempo “viendo viejas” y que se esfuerza por aprovechar su tiempo escuchando podcast de bienestar personal, dice: “me aparecen puras peleas callejeras y no sé por qué, pero yo me quedo viéndolas”. Una mujer manifiesta no ser capaz de dejar de stalkear a su exmarido y a su nueva pareja, y se sorprende porque han pasado 10 años desde que terminaron y cada tanto revisa sus perfiles para comprobar, con la calamidad subjetiva que eso le implica, que sí, que son felices. Una chica adolescente, hablando de la relación con su imagen corporal, alude a que puede pasar horas y horas viendo Tiktoks. Dice: “Me identifico con esos vídeos que veo, pero no me dan ninguna solución, solamente me confirman que tengo un problema con la comida”. Y seguramente podríamos enumerar muchísimas más referencias de cómo el celular se ha imbricado con la vida misma, al punto que cuesta pensarlos por separado. Así, considerar que el algoritmo muestra a los usuarios solo aquello que les gusta y les da placer, es desconocer que su éxito se basa, sobre todo, en presentarles contenido con el que gozan: el algoritmo, discretamente, explota la singularidad del goce.  

 

 

La angustia entonces se relaciona con todo este contexto desde dos perspectivas: por un lado, la pantalla del smartphone podría concebirse como un sucedáneo del fantasma. El goce, eje del uso del celular, no queda tanto velado como apantallado. Cuando el contenido detrás de la pantalla se acopla al fantasma, el sujeto queda obnubilado. Si la angustia es el afecto que no miente, la tecnología hiperestimulante es el medio por el cual el sujeto se sustrae en su ignorancia. Por otra parte, tal como ocurre con el fantasma, lo que emerja de la pantalla y no logre ser tramitado, abrirá las puertas para la angustia, pero, no dejemos de tenerlo presente, también para la verdad. 

 

La cuestión a la que nos lleva este recorrido es a concebir cómo esa verdad del sujeto ya no está exclusivamente en él, también ahora, y con mucha precisión, reside en los miles de datos que le entrega sin saber a su celular. De ahí la importancia de integrar estos fenómenos clínicos a la reflexión que desde el psicoanálisis se puede plantear sobre los efectos de la tecnología en la actualidad, quizás estando advertidos del fácil tropiezo con la nostalgia por el pasado y la indignación por los cambios que los nuevos usos de la tecnología favorecen. 

 

Pareciera entonces valioso alojar lo que este nuevo contexto implica en las formas de hacer lazo (y de no hacerlo). Qué interesarnte sería que Casciari leyera “Tu cruz en el cielo desierto”, de Carolina Sanín, o “Feliz final”, de Isaac Rosa, para que pudiera ver cómo la literatura, como la vida misma, está ahora entramada inexorablemente con lo que pasa detrás de las pantallas, creando nuevas lógicas que, más que juzgar, hay que escuchar. Entender estos fenómenos exclusivamente como efectos de un discurso, y además plantear los argumentos basado en generalizaciones, tal como lo hace Byung Chul Han, lleva paradójicamente, a la positividad que tanto quiere conjurar. Si hay un discurso que permite rescatar la negatividad del otro, los matices singulares de la multiplicidad de experiencias subjetivas, es el del psicoanálisis, en tanto apunta a captar la singularidad del goce de cada quien, y eso solo lo puede lograr a través de su praxis. 

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