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Mostrando entradas de agosto, 2015

Me encontré un billete de diez (¡Ah! y a un israelí)

Cuando uno se baja por el costado izquierdo de la estación Hospital del Metro, se encuentra, las más de las veces, con un hombre bajito, barbado, canoso, de piel bruñida y sucia que expone su brazo torcido, como si se hubiera dislocado el codo. El hombre elige con la mirada a cualquier viajero y lo sigue con sus ojos desde que aparece en la parte de arriba de las escaleras hasta que llega a abajo, en donde ya es posible saber si le va a dar  o no una moneda. La frase con la que pide limosna es "una monedita, tengo hambre" y lo dice con un tono que realmente a cualquiera le partiría el alma, porque en sus palabras se siente el dolor, como si el hambre hubiera llegado a ese punto en que es la pura carne pidiendo alivio. Sin embargo, nunca le he dado ni una moneda, por más que recurra mucho a esa estación. Y no sé bien por qué no lo hago. Tal vez es porque a veces amanezco con muchas claridades, y pienso que en esos casos una de mis monedas sería otro yunque que lo an