Historia de baño



En los baños de la universidad ocurren cosas raras cada tanto. No era la primera vez que me pasaba, pero estaba aburrido y decidí cambiar mi respuesta. La mujer estaba parada en la puerta del baño, sin decidirse a entrar. Yo estaba lavándome los dientes cuando llegó y tuve que voltearme para mirarla en el momento en el que me preguntó si podía coger algo de papel higiénico, porque en el baño de mujeres se había acabado.

Mientras escupía la espuma que tenía en mi boca, ella sacó una tira larga de papel y yo, mirándola con mucha seriedad, le dije con la voz que a uno le sale cuando se está lavando los dientes, que no, que no me parecía, que qué íbamos a hacer los hombres si se nos acababa el papel de nuestro baño. Ella se quedó desconcertada, sonriendo como si yo estuviera molestándola, pero la verdad es que mi cara no daba muestras de que lo estuviera haciendo. Se quedó quieta unos segundos; no sabía qué hacer con ese pedazo de papel higiénico en la mano, si devolverlo (ya no se podría enrollar en el dispensador), si ponerlo encima (inutilizable porque nadie va a cogerlo después), si tirarlo a la basura (un desperdicio), si salir corriendo con él en la mano (un absurdo), y entonces optó por la mejor opción, que la verdad yo no había contemplado: mirándome con una sonrisa mordaz cruzó esa frontera invisible que tanto miedo nos da y se metió en uno de los baños exclusivos para hombres, lo cerró con llave y se sentó en el inodoro.

Ahora el desconcertado era yo, pero supe disimular. Terminé de lavarme los dientes sin poder evitar escuchar todos los sonidos que se producían detrás de esa puerta, y le pregunté:

-¿A vos no te parece que este mundo es muy frágil?

El sonido del inodoro vaciándose acompañó su silencio.

La puerta se abrió y ella salió con cierto ímpetu. Nos miramos el uno al otro en el espejo, mientras se lavaba las manos y yo esperaba su respuesta. En ese momento entró un profesor de Comunicación y se le vio algo incómodo con la escena, pero se fue directo al orinal, sin decir nada.

-¿No te parece un poco absurdo que me hayás preguntado eso? -le dije- ¿Quién soy yo para decidir si podés coger papel o no del baño de hombres? ¿El baño de hombres es mi propiedad solo por el hecho de ser hombre y estar en él? ¿Ves la fragilidad de nuestro concepto de propiedad privada, de cómo nuestro mundo puede enredarse tanto por un pedazo de papel higiénico y un par de puertas que dicen que esto es de hombres y esto es de mujeres? ¿Por qué me preguntaste eso?

Ella sonrió levemente, mirándome todavía a través del espejo. Se tomó otro tiempo más, fue por más papel higiénico para secarse las manos, cogiendo tal vez más de lo que necesitaba y, en un gesto un poco extraño, volvió al espejo para hablarme:

-Vos sos una güeva - me dijo, y se fue con una sonrisa en la boca.

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