Carta a Héctor y a Daniela





Acabo de ver “Carta a una sombra”. Con este documental, se cierra un día un tanto convulso para mí. En la mañana de este sábado 4 de julio, quería asistir a un evento académico por el cual había cancelado un partido de fútbol con mis amigos. No hice ninguna de las dos cosas. En cambio, me quedé en mi casa con mi novia y nos propusimos terminar la serie que habíamos empezado a ver hace como 2 meses y que disfrutábamos ver en compañía, para no perder la alegría de tener con quién compartir el asombro que nos provocaba. “Cosmos”, la serie reeditada de Natgeo, basada en la de Carl Sagan, nos había estado zarandeando durante todos estos días, y hoy, realmente, sentimos con dolor el hecho de haberla terminado. Y sin embargo, y esa es justamente la paradoja que me ha recorrido el cuerpo todo el día, nos dejó alegres y esperanzados. Los dos últimos capítulos, que no sé si conocen, se encargan de situarlo a uno en relación al universo, de de-mostrarle el lugar que ocupa aquí, en este cúmulo de estrellas, gases, planetas, soles, supernovas y todas esas cosas para las que al parecer somos tan ajenos como ellas de nosotros. En la voz de Sagan, se nos recuerda, a medida que la cámara se va alejando desde la tierra hacia más allá de nuestro sistema solar, de nuestra galaxia; más allá del cúmulo de galaxias en donde nuestro sol no es más que un gesto cósmico, lo errados que hemos estado a lo largo de la historia al creer que todo giraba en torno a nuestra existencia. Sagan, optimista, confiaba en la posibilidad de que al percatarnos de la inmensidad del cosmos a nuestro alrededor, al despojarnos de esa idea narcisista según la cual el mundo había iniciado con nuestra llegada, que había dioses preocupados por nuestro futuro, que la naturaleza estaba subordinada a nuestros deseos y caprichos o sus cambios venían en función de sancionarnos, el ser humano podría llegar entonces,  a ser más amable consigo mismo, con los de su especie y con quienes le rodean.

No sé si entonces se trata de ignorancia, que no todo el mundo haya podido tener esa experiencia desoladora del momento en el que la cámara se aleja lentamente de nuestra tierra hasta que, en un parpadeo, se pierden los referentes, y nos confundimos en un sinnúmero de diminutas luces que ya nada dicen de la humanidad. No creo. Lo que produjo esa serie en mí, fue, claro, algo así como una reconciliación con la existencia, con la que uno bien o mal siempre está, así sea un poquito, peleado. Cuando me fui a bañar, tuve una de esas experiencias que confunden a los místicos y llenan de fervor a los creyentes, pero que para mí no es más que una conciencia absoluta de mi lugar en el universo, una conciencia de que existo, de que por más que desde el espacio no me vea, que sea un pinche humanito, uno de los 8 mil millones de personas que viven en el planeta actualmente, estoy tranquilo y feliz de poder vivir, y respirar, y cambiar la temperatura de agua hirviendo a una helada que me hace respirar con la boca abiertísima porque siento que me voy a ahogar.

Una vez terminé de bañarme encendí el iPad y empecé a revisar mi Facebook, buscando alguna notificación sobre mi actividad en la red. Como no había ninguna, empecé a leer las nuevas noticias y entre una gran cantidad de fotos de mis amigos y familiares, me llamó la atención un artículo que publicó Arcadia, titulado “Contra el regreso del punk”. No esperaba tanta brillantez y claridad en un artículo que abrí sólo porque la foto de los punkeros me gustó. En la parte final del artículo, hubo una reflexión que me dejó pasmado, pues si bien se trata de una idea con la que seguramente todos estamos familiarizados, nunca la había leído expresada de manera tan “dárdica”. En general, lo que la autora planteaba es que el punk, que en un principio había surgido como un discurso periférico al hegemónico, ha sido hábilmente devorado por éste:

“Toda manifestación que surge en la periferia –como el punk, el hip-hop, las vanguardias artísticas o más recientemente la música indie– es absorbida por el centro para quitarle su carácter transgresor. Eso fue lo que ocurrió en la gala del Met. Las medias de Madonna, la cresta de Anne Hathaway y la cartera de Siena Miller no eran otra cosa sino el punk absorbido, reinterpretado, comercializado y castrado.”

Esa fue la segunda zarandeada del día. Pero después, a mi novia le surgió la idea de ir a ver la película, que nos la habían recomendado bastante y que, habiendo leído ya hace unos años “El olvido que seremos”, seguramente la disfrutaríamos como el libro. Y evidentemente fue así, y eso es lo que me tiene aquí escribiendo una carta que se me va extendiendo demasiado y que no sé si llegará a sus destinatarios. Me podría quedar mucho tiempo conversando y escribiendo acerca de todos los detalles que me inspiraron del documental, pero ya el reloj me dice que es 5 de julio, y aun no he dicho lo que quiero.

Vayamos al punto. Al principio dije que con este documental cerraba un día convulso para mí, pues justamente, la tercera zarandeada me la dio él. Sobre todo con un detalle. La cantidad de gente que acompañó a Héctor Abad en su entierro, esa conciencia que me hizo tomar acerca de lo “público” que fue ese hombre. Y entonces, ahí, anclado, como quedamos varios a la silla del cine una vez se terminó la película, me atacaron preguntas por todos los flancos. ¿Por qué ya nadie sale a protestar por nada a las calles? ¿O lo harán todavía y yo no me involucro? ¿Por qué no me involucro? ¿Cómo es que han pasado cosas tan atroces últimamente en el país como la comprobación de los falsos positivos; cientos de jóvenes asesinados para que un grupito de soldados puedan tener vacaciones, un mejor rango y más plata a fin de mes, y que yo sepa no ha habido una manifestación masiva para protestar por ellos? ¿Por qué no ha habido una marcha por los niños que se mueren de hambre y sed en la Guajira, ante el gesto descarado de un Estado que cuando tiene el temor de una posible invasión venelozana envía de inmediato tropas y helicópteros a ese mismo lugar para mostrar su “soberanía”? Y no sigo. Sabemos que Colombia, cuando de historias siniestras se trata, tiene la materia prima para engrosar libros enteros sobre la perversión humana. Pero eso me impactó. Ver a Héctor Abad, levantando un estandarte protestando por el asesinato de un ser humano y de miles a la vez debido a las carencias de un sistema de salud. Siendo capaz de seguir caminando por más que era evidente que esa materia negra, silenciosa, invisible y cuya existencia sólo conocemos por su “gravedad” y la manera en la que absorben la vida a su alrededor, era cada vez más manifiesta y le iba cerrando el cerco.

Pero lo que más me dejó cuestionado es, insisto, el hecho de que la gran parte de mi generación, varias de las que me anteceden y la que viene detrás de mí, no tengamos una conciencia política que nos saque a las calles, a opinar más allá de Facebook, a escribir, pero sobre todo, a hacer. Obviamente no es algo que sea válido para todos, pero me atrevo a decir que somos muchos quienes nos encontramos en esa especie de letargo en el que o no queremos saber, no sabemos qué hacer, o sabemos pero no hacemos, es decir, estamos entre insensibilizados y maniatados. ¿Pero qué pasa si muchos leemos o vemos las noticias? ¿Qué pasa si efectivamente muchos estamos al tanto de lo que pasa en el país? ¿Por qué ya no se ve ese conglomerado de personas protestando por los jóvenes líderes que asesinan en los barrios por promover proyectos de educación y salud? ¿Por qué, y esto me duele tremendamente, la situación sigue siendo tan parecida, e incluso más sofisticada, a la que conllevó al asesinato de Héctor Abad? Y entonces uno, al hacer estas preguntas, tiene un poco de miedo, no sólo porque así sea de manera ingenua vuelven a cuestionar el orden de la materia negra, sino porque el ridículo, que es nuestro silenciador actual, también actúa, y uno va teniendo la sensación de que esas preguntas, esas preocupaciones, son ya tan anticuadas, tan ajadas y marchitas, que los únicos quienes osan mantenerlas son los idealistas que se aferran a sus utopías anquilosadas.

Fue el momento en el que todo encajó para mí en este día: “Un discurso periférico es consumido por el central”, volviéndolo tan cercano, tan cotidiano, tan ligero y vacío, que pierde su poder, se naturaliza y entonces su mensaje es posible categorizarlo en una jerarquía de discursos que se mide según la aceptación que vaya teniendo: este es ambientalista, este es animalista, este es izquierdoso, esta es feminista, este es del grupo de ciclistas, este es hippizudo, este es gay y en fin…En todo caso, cuando se enarbolan estos discursos, en principio periféricos y transgresores, ya su mensaje ha sido hábilmente integrado en el discurso central, de tal forma que su potencia ha sido apaciguada, sus efectos ya entran en el dominio de la hegemonía, y nada de lo que pueda salir de ahí es más que una pataleta insignificante, un estado en Facebook, un tweet, un meme, pero ya. Nada más.

Por eso mi admiración por ustedes y su trabajo, por el documental que nos compartieron a todos los colombianos. Si en algún momento llegué a sentir el día de hoy que evidentemente hay gente oscura en nuestras ciudades, en nuestros barrios, también me queda claro que hay personas que, como ustedes, irradian mucha luz. Y lo hicieron y nos lo compartieron a través de sus palabras, de sus sonrisas, de sus llantos. Y tal vez, confío, eso sea darnos la posibilidad, a través de un arte que narra y construye la memoria histórica y colectiva de lo que nos antecedió o de lo que nos forzaron a vivir, o incluso a morir; de poder rehacer un discurso periférico que no ceda ante la centralidad, hacia esa masa oscura que nos ha vuelto inútiles las palabras, los cantos y las ideas. Yo celebro el documental y celebro la vida que con toda la fuerza rugió en la última escena, en la que cesó el llanto y le dieron lugar a su canto.

Muchas gracias.


Juan David López F. 

Comentarios

  1. López! qué reflexión interesante, se ve que tuviste un día movidito ayer en esa cabeza tuya siempre tan inquieta jejeje Parce, aprovechando que retomaste muchas de las preguntas que en algún momento también me he hecho y hasta me han angustiado un poquito creo que es valioso el hecho de que al menos se visibilice nuestra realidad antipática y cómoda frente a lo que pasa a nuestro alrededor ya es valioso. Aún así me parece que será difícil que las cosas cambien y solo agregaría un punto más, entre muchos que hay, a tu reflexión, y es que en el país sí hay muchas movilizaciones, en ocasiones tantas que ya perdieron todo su sentido y además, políticamente, han sido muy bien aprovechadas por el poder hegemónico; yo he ido a unas cuantas marchas, en pro de la educación y en contra de una que otra injusticia, y lo que se ve allí es que el mensaje que queda al final, casi siempre, es que "están infiltradas por la guerrilla" o son "simplemente para generar más violencia", en última las marchas suelen terminar en que llega el SMAD y hay problemas y disturbios y esa es la única imagen que queda de movimientos que de verdad son muy interesantes, donde se escuchan ideas novedosas, donde se mueve el arte como forma de expresión humana, sin embargo la estratagema de la violencia, que beneficia siempre a los actores de la guerra (desde las FARC hasta el Estado), es la que más bulla hace. Creo que mientras no se rompa con esto (y me parece que es algo que no va a pasar), las cosas no van a cambiar, mientras todo movimiento, toda inconformidad, toda protesta siga siendo vista como sospechosa y no nos animemos a ir a ver con nuestros ojos lo que en realidad sucede, las cosas van a seguir igual. Me alegró tu escrito y revivió algo de esa creencia en el cambio y esos deseos de hacer algo que se han ido resignando y perdiendo con el tiempo. Vos siempre sos un aire fresco, amigo mío.

    ResponderEliminar
  2. perdón por la mala redacción del comentario jajajaja me tocó pararlo para ir a ayudar con unas labores domésticas y lo retomé de cualquier forma jajajaja

    ResponderEliminar
  3. Jajaja Hombre David, apenas veo esto. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leerlo y escribir. Queda uno con ese desconsuelo absoluto que sabe a esperanza, porque tal vez lo que nos hacía falta era desconsolarnos completamente para que algo alumbrara. A mí la cuestión no me deja de cuestionar realmente, porque con lo que decís la cosa se agrava. En realidad, lo que se nos está dificultando mucho es poder hacer discursos periféricos cuyas posturas no caigan en los mismos lugares comunes que los discursos centrales ya saben manejar muy bien. Y eso suena un poco revolucionario, pero de eso se trata, porque de lo contrario, tanto silencio, tanto dejar que las cosas pasen y ya conlleva a que las cosas sigan tal cual. Pero uno escribe eso y se siente renovado. Luego, cuando se pone a pensar en qué va a hacer vuelve a las mismas cosas infructuosas e inútiles. En todo caso y eso fue algo que sentí yo con la película, me ilusionó mucho el pensar que tal vez a través de un arte distinto, visual, cercano a la gente, se pueda recordar, mínimamente que algo no funcionó bien, que algo sigue estando mal y que se puede denunciar de esa forma. Un gran abrazo amigo mío.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Algoritmo y singularidad: la angustia en tiempos del smartphone.

Historia de ancianato

Un paciente psiquiátrico en el bosque