Contrastes



Entre tantas definiciones posibles de ciudad, ninguna me parecería más justa que aquella que rescate la intensidad de contradicciones, de contrastes, de imágenes salvajes que albergan sus calles, sus parques, sus andenes. Si tuviéramos la oportunidad, la valentía y la persuasión para llevarlo a cabo, sería magnífico pedirle a la gente que se encuentra en una cuadra que se detenga, que no ande más, que se queden quietos mientras se observan y se detallan: habríamos provocado la materia prima de novelas, ensayos, poemas, cuentos, canciones y demás. 

La imagen que hoy me quedó impresa en la parte de atrás de mis párpados es la suma de dos fotografías que tomaron mis ojos sin querer, como tantas veces sucede: saliendo de las Torres de Bomboná una niña muy pequeña, de dos años aproximadamente, con un peinado que apretaba al cráneo su pelo y luego terminaba en churrusquitos, era arrastrada por una mujer para que caminara más rápido. Su mano izquierda, completamente extendida hacia arriba, estaba atrapada por la mano derecha de la que supongo era su madre. La fuerza que ese brazo adulto ejercía sobre ella la llevaba incluso a entorpecer sus cortas piernas, que terminaban por estrellarse torpemente con el andén sin lograr cuajar un paso. Hay que decir que si la niña no podía avanzar era porque en verdad no le interesaba en lo más mínimo: algo captaba su atención del otro lado de la calle y sus ojos estaban todos puestos allí. Triste no poder saber en qué estaba fijada.

El Circular Coonatra 301 en el que “atestiguaba el mundo” avanzó unos metros, pues el semáforo estaba ahora en verde. Diez metros más allá de la niña, una anciana de pelo blanco y vestido negro con pepitas blancas caminaba despacio, despacio, con ayuda de su bastón en la mano derecha, y un antebrazo, de la que supongo era su hija, en el izquierdo. 

Contrastes, contrastes: en una cuadra de la ciudad se pueden ver simultáneamente los primeros y los últimos pasos…

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