¿Partir de la angustia o del saber? Una reflexión sobre la creación literaria.

Parece una tontería preguntárselo pero, ¿de dónde partían los escritores cuyas obras son anteriores a la aparición de las teorías psicológicas formales para componer sus obras? ¿Estaban imbricados como sujetos en los personajes que “creaban”? ¿Han cambiado en algo a la creación literaria las teorías que se ocupan del psiquismo humano? ¿Gozamos ahora de personajes más reales gracias a dichas teorías?

Como bien sabemos a partir del siglo XX se presentó un giro en la manera en que el humano se ocupa del humano, pues si bien es claro que la pregunta por sí mismo y los misterios de las relaciones interpersonales han quedado denunciados en los libros antiguos, también es claro que el psicoanláisis particularmente abrió una compuerta a una dimensión desconocida, de la cual seguramente ya estarían avisados los antiguos, pero que no estuvo dentro de sus intereses, o en el marco delimitado de su coraje, idear un método para lograr abrirla con más fuerza y ver los demonios que allí aguardaban.  

Es así como el método de la asociación libre, decir cuanto se le ocurra sin importar si no tiene coherencia o es horrible de decir, se funda entonces como el método psicoanalítico y a través de él se puede utilizar los sueños como recurso y vía al inconsciente. El psicoanálisis, el acto interpretativo como tal, iría entonces en la vía contraria al trabajo del sueño y al del inconsciente en general, que busca, a través de dos procesos (condensación y desplazamiento), hacer que vos no entendás ni mierda de tu vida. Y esto no se hace porque sí, de parche, sino para que en ese retorno, en esa contravía, el sujeto encuentre una posibilidad de resignifación, una resignificación que atenúe su angustia, su síntoma. En el acto de “volver consciente lo inconsciente” planteado por Freud vemos cómo el esfuerzo se hace como sacando agua de un pozo para echarla afuera y regar nuevas semillas. Ahora bien, sabemos que Lacan explota este pozo aún más: no le basta con que los síntomas se atenúen sino que se sirve de ellos y de la angustia que portan para que el sujeto llegue hasta lo más profundo de su propio pozo (séptico), hasta el punto en el que las palabras se vuelven inútiles, hasta el punto en donde el balde entra en balde: el agua del fondo jamás podrá ser capturada. Allí donde el sujeto se había confrontado con el sinsentido de su existencia, es decir, donde había experimentado angustia, aparece un Saber sobre su inconsciente, sobre la forma en que se relaciona con los demás, consigo mismo (que es bien parecida), sobre cómo goza de su cuerpo; en todo caso: cuáles fueron los efectos que el lenguaje produjo en él cuando lo reclutaron a la mansalva.

Este cambio hecho por Lacan dentro de la teoría psicoanalítica motivó un movimiento de engranajes del aparato distinto al ideado por Freud, y sus consecuencias más palpables son la agresividad del silencio en que se basa y el tiempo prolongado que lleva un análisis lacaniano (uno de los casos famosos de Freud trata sobre una mujer que lo consulta mientras él hacía un paseo vacacional. Con las palabras justas, y en cuestión de horas, Freud logró identificar y enunciarle la causa de su síntoma).

Volviendo a las preguntas del inicio, aunque habiendo brindado elementos para poder extenderlas un poco más, quedan abiertas nuevas cuestiones: ¿llegar a ese Saber sobre el inconsciente sólo es posible a través del psicoanálisis? Si su respuesta es No, dígame pues cómo. Si su respuesta es sí, ¿de qué le sirve al escritor el Saber sobre su inconsciente? ¿Cuál es el ejercicio del escritor: sacar el agua del pozo o verterle cada vez más en la búsqueda de la creación? ¿Acaso no es el agua en el pozo, así sea putrefacta y plagada de microbios de angustia, la materia prima de quien se decide a escribir? ¿No deberíamos entonces quienes deseamos que ese sea nuestro destino, evitar Saber, huirle a la resignificación, llenarnos de vida, angustia, letras, dolor y alegría?
Yo ya tomé mi decisión.

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