¿Qué es para usted la clínica?



Es curioso que haya tenido que pasar tanto tiempo, llegar hasta noveno semestre, para que una profesora nos cuestione sobre qué es para nosotros la clínica; una pregunta simple pero de una complejidad tan grande que de hecho pone el signo de interrogación sobre lo que se ha aprendido en este proceso académico y las razones personales por las cuales cada uno de nosotros, como estudiantes, elegimos esta carrera, clínica por excelencia. Como sucede con cualquier pregunta, hay siempre, en nuestras cabezas, un impulso por resolverlas cuanto antes; no nos gustan las preguntas, odiamos la sensación de incertidumbre y de inmediato buscamos las palabras precisas para resanar las grietas que causan, para sentirnos más tranquilos con nosotros mismos. Pero a veces es preciso esperar, tomarse su tiempo, la clínica nos lo enseña. Es lo primero que podría esbozar: la clínica es un juego con el Tiempo.

El Tiempo, en mayúscula porque es nuestro Amo, de alguna manera u otra, regula nuestra existencia, le da un ritmo, una rutina. Sobre él desplegamos nuestra vida, a veces le rogamos porque se lleve malos recuerdos, otras para que pase rápido y llegue algún momento esperado y las más de las veces se nos escurre entre los dedos en cada segundo que pasa. Si digo que la clínica es un juego con el Tiempo es porque tengo en mi cabeza la imagen de un tablero de ajedrez en el que se establece un nuevo acuerdo con él: por un determinado momento, no importa lo que pase afuera, todo se concentra en esas 32 fichas y 64 cuadrados. De ahora en adelante no importa si son las 4:30 de la tarde o las 3:00 de la mañana, sólo importa cuánto tiempo tiene cada jugador para mover sus fichas. En la clínica vemos algo similar: es poner en pausa el ajetreo de la vida cotidiana, las tareas pendientes, las compras, el tráfico, el ruido. 

Ahora bien, ¿acaso no tendríamos que pensar en la peculiaridad del tiempo clínico en oposición a los del resto de dispositivos existentes en el discurso actual? De no hacerlo sería un grave error pues el tiempo de la clínica, aunque con más fuerza en la psicoanalítica, tiene como particularidad el permitir la convergencia de los tres tiempos del Tiempo, a saber, pasado, presente y futuro. En una consulta bien podrían aparecer entonces una gran cantidad de recuerdos infantiles, de amores frustrados, de promesas incumplidas, de situaciones que actualmente nos generan  angustia o también, cómo no, cualquiera de los temores y fantasías que tanto minan la forma en que concebimos nuestro porvenir.

Pero volvamos al símil entre la clínica y una partida de ajedrez, pues todavía tiene mucho que dar para explicar qué es para mí la clínica. Hay que decir que no es la primera vez que se hace esta asociación; Freud dijo, no sé cuándo ni dónde, me lo contaron como un dato curioso, que un psicoanálisis es como una partida de ajedrez: se sabe cómo se empieza pero no cómo termina. ¿Se refirió alguna vez Freud o alguien más a quiénes serían los jugadores? Sin duda, uno de ellos sería el paciente, ¿pero contra quién? Yo diría que contra sí mismo, contra su propio inconsciente, que juega con blancas (lo que significa, no gratuitamente, que tiene una ventaja de un tiempo), que es experto en encubrir sus jugadas, en regirse por una lógica poco ortodoxa al mover sus fichas en el tablero y con el cual cada paciente debe analizar cada una de sus jugadas, ya sea la que hizo en el pasado, esta que acabó de hacer o cómo piensa hacernos el mate.

Y entonces, ¿qué lugar para el terapeuta? Éste no sería más que uno de esos estorbosos pero necesarios espectadores que se ubica al lado del tablero, con la atención puesta en el jugador de fichas blancas, y observa, pacientemente y con la ventaja de quien no tiene afectos en la disputa, cómo se desarrolla la partida, a veces dándonos a entender con una mirada que si seguimos jugando de esta u otra manera todo se irá al traste, otras veces con un sutil “¿Ah, sí?” advirtiéndonos que hay algo más que analizar, otras permitiéndonos una mayor claridad luego de hablarle al oído sobre la ficha que vamos a mover, y tantas otras veces diciéndonos que desistamos de una buena vez, que esta partida es infinita, que el rey no se mata, que tal vez sólo lleguemos a ponerlo en jaque, que el inconsciente, como el rey, siempre queda de pie.

Comentarios

  1. Me llama mucho la atención el lugar del tiempo en tu escrito, como bien lo expresas es un Otro que interroga, que limita, que des-ordena, estando siempre presente en la partida. Ahora, el lugar del terapeuta en su función, me genera otras preguntas. Algunos días atrás, mi papá se encontraba escuchando un programa radial sobre crítica deportiva, en este, mencionaron una frase que mucho tiene que ver con tu escrito: "Es un clásico en las tribunas, porque en la cancha es un muy mal juego". ¿Será que el terapeuta no tiene afectos respecto a la partida?, ¿Si es así como es que tiene efectos en el jugador, en el juego mismo? El analista es un ser del lenguaje, como tal, en cada encuentro con el otro, emerge su subjetividad, sus afectos, ideas y preguntas. Afectos que no son iguales a los del paciente, no pertenecen a su historia, pero en algo cuestionan. Pienso que este terapeuta, es como tú lo nombras, "estorboso pero necesario espectador", el cual participa activamente en la partida; siente, piensa, reniega y se asombra. Espectador, cuyo deseo está puesto en acompañar el juego, y a través de su lugar impulsar al otro a desnaturalizar sus jugadas. Los afectos no cesan, pero a diferencia de las otras personas que están allí observando cómo se desenvuelve la partida, el terapeuta cuenta con recursos bien poderosos: una postura ética frente a lo que acontece en el juego, esta se relaciona con un saber respecto a los efectos de la palabra, por ende una gran cautela en su uso y una convicción respecto a su lugar; el paciente es el jugador y es quien sabe cómo jugar.

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  2. Gracias Gloria por tomarte el tiempo de comentar. A nivel teórico siempre se nos ha enseñado que por lo menos en el caso del analista, y seamos aún más precisos, uno lacaniano, éste no debe tener afectos, su subjetividad debe estar casi totalmente abolida en la búsqueda de posicionarse como objeto para el paciente que llega a su consultorio. Esa es una imprecisión de mi texto pues no podría hablarse de un lugar para el terapeuta de manera general, pues tal vez sea ese factor lo que lleve a la existencia de diversas escuelas psicológicas y psicoanalíticas.

    Ahora bien, creo que detrás de todo esto, del artículo mio y de tu comentario, hay una pregunta de analizante: ¿qué siente el psicoanalista? ¿si serán capaces de hacer lo que se expresa con tanta fuerza en el campo lacaniano de poner en pausa su subjetividad cada vez que llega su paciente? ¿Acaso eso es posible?

    La pregunta queda abierta, y espero que, como sucede en el análisis, sea ésta la que nos impulse a pensar y escribir más.

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