Así se saca una libreta militar...y se falla en el intento


I

-Joven aún, joven aún, joven aún. ¿Cómo ha estado? ¿Usted por qué ha estado tan perdido?
-No, sobre todo, si yo lo llamé el viernes…
-¿Sí? ¿Al celular? Ah, es que a veces uno lo deja por ahí y no se fija…en todo caso. Amigo mío imagínese que ya le hice la vuelta, la liquidación salió por cuatro millones seiscientos.
La cifra me retumba en los oídos, indefensos ante todo los sonidos que quieren permearlos. Apenas articulo una palabra, con el correspondiente acento de incredulidad que se usa en estas tierras paisas:
-¿Cómo…?
-Sí, pero yo le dije al señor que nos está ayudando que todavía no mandara a hacer la libreta. Por eso me gustaría que nos reuniéramos a hablar pa’ ver si podemos hacer algo.
-¿Y muy maluco si me dice por aquí?
-No, por celular no podríamos hablar del arreglo.
-¿Y cuándo?
-Pues ahí verá amigo mío, yo estoy hasta las 5 por aquí.
-No, hoy termino a las 5 de trabajar…¿el miércoles puede?
-Hágale amigo mío, el miércoles nos vemos.
Hoy es lunes, mi martes está copado entre la práctica de mi carrera, una materia de la universidad y el deseo de pasar los últimos momentos con mi novia antes de que viaje a Brasil el miércoles. Serán largas las horas.


Son más o menos las once de la mañana. Mis compañeros de grado once y yo estamos sentados en la calle de afuera de la Cuarta Brigada. Nos acompañan otros jóvenes de distintos colegios de estrato medio-alto de la ciudad, todos con la expectativa de qué iba a pasar, aferrándose a una carpeta llena de papeles con fotocopias de las cédulas de nuestros padres, certificando alguna u otra enfermedad, buscando cualquier cosa para evitar que nos toquen las güevas o salgamos aptos para estar en el ejército.

Nos dejan afuera alrededor de dos horas, dos horas de mierda en las que todas las conversaciones se extinguen, al punto que lo mejor es simplemente quedarse callado y esperar. Un militar sale de las oficinas y nos dice a todos que pasemos, que allá adentro hay unas sillas, que esperemos, que ya en esto viene el mayor a hablarnos. Más espera: las carpetas con los papeles adentro ya están todas dobladas, el juego infantil de formar un catalejo con ellas ya perdió gracia: es el tedio de la existencia en su cruda esencia.

El mayor aparece, nos habla de honor, de patria, de orgullo por la bandera, de un montón de maricadas. Yo quiero mi puta libreta militar y largarme de aquí. Luego filas, más filas, más espera, hasta que por fin algo concreto:
-¿A vos en dónde te tocó?
-En la Macarena el 7 de diciembre. ¿Y a vos? –le pregunto a mi amigo el “Afgano”
-No, yo soy hijo único.
-Malparido tan de buenas…

Son las 6 de la mañana. La fila para entrar a la Macarena es enorme. Le da la vuelta entera a la plaza de toros que para tal ocasión nos recibió con grandes carteles de un soldado camuflado empuñando su arma, acostado y al acecho de cualquier guerrillero, o cualquier cosa que se le atravesara, o tal vez posando descaradamente para un fotomontaje que harían en la cocina de la Cuarta Brigada, uno ya no sabe. Arriba de los carteles un montón de ´paintbolazos´ en la pared, resultado de algún ataque de un antitaurino que debió pensar algo así como “estas gonorreas creen que cultura es matar, pues entonces que también se les vuelva lavar”, o tal vez no, uno ya no sabe.

Hay situaciones en las que la moral se quebranta, en las que la ética se vuelve blandengue, en que es inevitable cierta agresividad, incluso en contra de los principios más férreos. Son las ocho de la mañana y que coman puta mierda, me he movido diez metros. 

-No marica, vámonos. Mirá que por allí se están metiendo, esos pirobos no nos dejan avanzar. Vamos a meternos con ellos.
-Sí parce, hágale- le digo yo a mi amigo, asegurándome de que otro se quede cuidando el puesto que llevamos guardando dos horas.- Si nos demoramos mucho, vaya pa’ adelante que ahí le abrimos campo.
La parte de adelante de la fila es un hervidero de gente, todos buscando un lugar así los de atrás los chiflen y los delaten con los militares que muy orondos se pasean por la zona.

-Una sola fila pues gonorreas, y el que se “cuele” se va conmigo pirobos. 

Tremenda amenaza. ¿Qué puede esperarse de que a uno un militar se lo lleve? Nada bueno, sin duda. De buenas estuvimos de que ese discursito nos tocó cuando ya nos habíamos integrado a la única fila, acercándonos así como quien no quiere la cosa y va metiendo el talón, luego la pierna hasta la rodilla, hasta que por fin el cuerpo entero con un “Hey parcero todo bien” al sujeto que está detrás de uno y que por pura solidaridad, porque lo más probable es que él tuvo que hacer lo mismo con el de atrás, finalmente lo deje a uno ubicarse.

Los militares, cansados de que haya gente tan inepta que hace dos filas empiezan a cercarnos con sus fusiles, pegándole y sacando a aquellos que queden por fuera del grosor normal que generalmente tiene “Una sola fila”. Yo me quedo pegadito a la pared, procurando no mirar a nadie los ojos, mejor táctica para pasar desapercibido. Hasta que por fin: ¡Entramos hijueputa, entramos! 

-Ay gonorrea, qué es esta cantidad de gente güevón.
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Cada sector de la Macarena está dividido por distrito, eso quiere decir, en términos puntuales, que hay una radical separación entre estratos económicos; organizan la sociedad tal y como se organiza afuera: los ricos a un lado, los pobres al otro. Las horas pasan y no nos dicen nada. Esta vez me fui armado con 24 papeles cuadrados para hacer una figura de Origami y un libro que con el paso del tiempo se me volvió insulso y desesperante. De nuevo el tedio de la existencia: los militares son expertos para fomentarlo; si hay dudas de que la vida no tiene sentido, que somos pura masa maleable en el espacio y el tiempo, hay que ir a un reclutamiento del ejército nacional…Da hasta pa’ pensar en estas pendejadas, imagínese la gravedad. 

Y cuando el tedio se apodera de la vida, no queda más que esperar la aparición de una búsqueda atroz para que algo pase: los que se “regalan” pasan de un grupo a otro, corriendo por órdenes de los militares que los acosan; yo los miro desde la tribuna de enfrente, pienso que están putamente locos y claro, empiezan los silbidos de todos aquellos que sienten repulsión por aquellos que nos tienen encerrados hace horas, por todos esos hijueputicas que con fusil en mano creen tener derecho a decirnos lo que quieran. Un hombre se “regala” y en el trayecto hasta el otro grupo empieza a caminar afeminadamente, tirándole besos a toda la macarena. Todo el mundo se ríe y empiezan a cantarle “Hueeevo, hueeeevo”, como le cantan a las mujeres mostronas en el estadio. Si no hay circo, se inventa.

Ese día salimos a las 4 o 5 de la tarde. Resultado de la jornada:

-El que no haya podido solucionar su situación militar tiene que ir a la próxima reclusión en abril del próximo año.
-Señor pero…

El militar desaparece escaleras abajo.

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