Pablablabras de bienvenida

Desde hace un par de días me viene rondando en la cabeza esa frasecita tan maluca de Lacan de "Sólo se siente culpable quien cedió en su deseo." Sabemos, quienes tenemos el coraje de leer su enseñanza, que el deseo no es una bobadita de concepto ahí que podría ser traducido coloquialmente como "tengo ganas de"; el deseo implica lo más cruel a nivel de la existencia humana pero a la vez lo más esperanzador: es la búsqueda incesante de aquello que creemos haber tenido y perdido por allá en un remoto pasado de nuestra desmemoriada infancia, pero que por supuesto nunca tuvimos; es, en ese sentido, lo que permite sostener esta a veces tan pesada existencia, pues es lo que mueve (¡Move It!), lo que nos vuelve inconformes y nos lleva a querer siempre un poco más. Dicen los expertos con "cara de Póker", como los llama Katzenbach, es decir, los psicoanalistas, que un análisis se termina cuando se caen todos los velos que cubren esa falta (ellos lo llaman divertidamente fantasmas, ¡BU!), cuando nos chocamos contra el vacío de la castración, del hueco hecho en nuestro propio cuerpo por ese gran tirano bienhechor que es el lenguaje.

Si de casualidad usted llegó hasta aquí, creo que para ser mi primera entrada de Blog voy bien. Si dí estos rodeos por esta noción compleja expuesta por Lacan, de la cual no puedo asegurar la haya comprendido en su totalidad (y eso me da el aval del propio Lacan de que he entendido algo: "Si usted comprendió, seguro está equivocado"), es porque mi indisciplina me ha alejado de mi deseo, de algo que ha sido un impulso, una fuerza para vivir (por más mañé que suene) desde que tenía nueve años y me gané mi primer concurso de escritura por decir en un pequeño cuento que al principio sólo había un caballo y un pez en el mundo, que estaban aburridos, cada uno en su pequeño terrunio y marunio (¡que vivan los neologismos!) respectivamente y que de tanto hablar ahí, a orillas del mar horas y horas se volvieron tan amigos que terminaron teniendo un hijo (a esa edad, la verdad, me tenía sin cuidado las cuestiones técnicas tan dolorosas que implicaría un coito entre una pececita, una bailarina, quizás, y un caballo, tan negro y robusto como me lo imaginaba en ese entonces). El resultado, por supuesto, era el caballito de mar.

Así pues, tal vez la mayor traba es uno mismo, no sólo en el sentido del obstáculo sino también en el de esos viajes tóxicos en los que con tanta frecuencia caemos y en los cuales el deseo se desfigura, se diluye entre la rutina, las excusas, la indisciplina, la desidia y el ocio (maldito sea el Tetris, maldita sea Maldita Paloma, maldito sea el ajedrez, maldito sea Biotronic, maldito sea Bejeweled, maldito sea Simcity y el resto de bendiciones tecnológicas del momento).

Esta es la razón por la cual hago este Blog, Pablablabras (¡a que muchos se enredaron!): para desenredarme yo y enredarlos a ustedes.

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