Historias de buses - I

Estaba leyendo “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera en el bus Calasanz-Boston mientras me dirigía hacia mi trabajo. Entre los bruscos zarpazos que daba el bus yendo de lado a lado y los que me producían las reflexiones del libro, que cualquier incauto hubiera dicho que eran efecto de los movimientos del carro y no de las palabras, una mujer se puso de pie en el bus y el conductor, que al parecer la conocía a ella y a las otras dos personas con quienes venía, le dijo:

-Quiubo mija ¿usted va a dar toda la vuelta conmigo  o qué? ¿Cuándo se va a bajar pues?

La mujer, sosteniéndose de las barras superiores del pasillo del bus, respondió con una risa sincera mientras le decía <<Y entonces, ¿me va a tirar aquí?>>. Los demás pasajeros nos dejamos contagiar un poco por lo extraño del dialogo y todos estuvimos envueltos en un momento por una buena onda generalizada.

 Pero todo se fue al suelo cuando la señora continuó hablando.

-No, ¿es que sabe qué? Yo vengo aquí para Villanueva. Ya me voy a bajar allí enseguidita.

El conductor, un poco más serio, le preguntó para qué venía a la conocida sala de cremación, ubicada en pleno centro de Medellín.

-Una sobrina- respondió la señora con la misma sonrisa en la cara.- Pero imagínese, necesito alguien que vaya a llorar, porque el policía que me iba a acompañar me dijo que no podía venir y ya no hay nadie que vaya a llorarla.

Yo me quedé estupefacto por tal tranquilidad para decir las cosas, mientras que los otros pasajeros respondían con su indiferencia o una que otra sonrisa incómoda por lo álgido del tema.

Intenté volver a la lectura de mi libro pero ya no fue posible, era como si “La insoportable levedad del ser”, la ironía incisiva con la que cuestiona la importancia de nuestras vidas y muertes, se hubiera salido de las páginas y conquistado ese espacio tan extraño y sórdido que se crea en los buses de esta ciudad.



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